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Prohibido (no) prohibir

9 agosto, 2010 Deja un comentario

Tengo la impresión de que cada vez que leo la prensa me encuentro con más críticas al hecho de que algún gobierno prohiba cosas. Parece cierto, lícito, entendible, que algunas de las cosas que se prohiban nos resulten más o menos adecuadas, o estemos más o menos de acuerdo con ellas… pero de ahí a retirar al gobierno (cualquier gobierno) la legitimidad para prohibirlas, hay un trecho… los dos ejemplos recientes en los que estoy pensando son la cuestión taurina catalana y la ley anti tabaco.

Lo curioso (bueno, más bien lo humano) es que muchas de las personas que ahora se levantan contra la capacidad del parlamento catalán para prohibir las corridas de toros o del gobierno para prohibir fumar en lugares públicos, no han tenido la misma energía para levantarse contra, por ejemplo, la prohibición de consumir alcohol en la calle (la «ley antibotellón»), o cuando se ha retirado la prohibición del aborto, por ejemplo. Claro, con una están en desacuerdo, pero con las otras no… curioso (humano).

Desde mi punto de vista, un gobierno (cualquier gobierno) o un parlamento (cualquier parlamento) tienen la legitimidad de prohibir (o «desprohibir») aquellas cosas que le permitan las normas de nuestro estado; a eso yo le llamo «gobernar» (también se le podría decir «hacer su trabajo»). Si nuestro marco legal le permite al parlamento catalán establecer el debate, ejecutar la votación y prohibir las corridas de toros en su territorio, creo que tienen toda la legitimidad para hacerlo. Esa y cualquier otra prohibición que consideren mayoritaria y legalmente adecuado imponer o levantar. Podemos quejarnos, podemos manifestarnos, podemos no estar de acuerdo… pero le hemos dado a ese órgano de gobierno la capacidad de hacerlo.

Y que conste que, aunque me considero antitaurino, no estoy especialmente de acuerdo con esta prohibición; creo que el arraigo de los toros en cataluña es tan bajo, que, a poco que se hubieran «desincentivado», se habrían apagado solos, igual que ocurre en otras comunidades sin tradición taurina. Pero leer las cosas que estamos leyendo últimamente, como que este tipo de prohibiciones restringen el estado de derecho, que son dictatoriales, que excluyen a las minorías, que van contra la cultura… son, además de pura demagogia, estupideces.

Claro que, si vamos a poner en tela de juicio la capacidad de nuestros gobiernos para prohibir cosas, propongo que empecemos por otras, quizá más, digamos, «populares»:

  • Quitemos la obligación de utilizar el cinturón de seguridad en el coche.
  • Anulemos la prohibición de las drogas.
  • ¿Por qué prohibir el baño con bandera roja en las playas?
  • Nada de prohibir el alcohol a los menores.
  • No prohibamos subir en moto sin casco.

Todos estos (absurdos) ejemplos se corresponden con cosas que algún día estuvieron permitidas (es decir, constituyeron una libertad individual), y que hoy en día nos parecen completamente inasumibles. Creo que con los toros o el «fumeteo» en público algún día ocurrirá lo mismo… todos recordaremos con tristeza (o extrañeza) aquellos tiempos en que algunos se dedicaban a aplaudir a unos señores ridículamente vestidos que torturaban a un animal en público (eso sí, con mucho arte), mientras ahumaban a otro señor sentado a su lado.

Espero que nuestros gobiernos afronten los retos que les va imponiendo la sociedad tal y como han hecho en este caso; con algunos de ellos estaremos de acuerdo, y con otros no. Pero, en mi opinión, siempre que nos mantengamos dentro del marco legal actual, más que hablar de «legitimidad» de los políticos, deberíamos hablar de «obligación».

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No me gustan los toreros

27 abril, 2010 1 comentario

No me gustan en absoluto. No entiendo cómo muchos aficionados que son personas cultas, «viajadas», civilizadas, formadas, mentalmente sanas y emocionalmente estables pueden encontrar algún tipo de diversión viendo sufrir a un animal.

Bueno, no a «un animal» sino a «ese animal», porque estoy seguro de que muchas de esas mismas personas encuentran absolutamente detestable que se maltrate a otros animales. Aunque desde mi (afortunadamente ignorante) punto de vista, no existe la menor diferencia entre clavarle dos banderillas a un toro y apalear a un perro, tirar una cabra desde un campanario o acosar a un zorro en una cacería. Bueno, pensándolo bien, quizá la única diferencia es que al toro lo maltrantan señores disfrazados, que cobran un dineral por enseñar al mundo su «arte» y viven como superestrellas mediáticas, mientras que a los perros los apalean personas oscuras y tristes, en general de estratos sociales bajos, y que afortunadamente en muchos casos pagan con multas sus excesos.

Y hay otra diferencia: la cantidad de gente que vive de «la fiesta», como ellos la llaman (como si ésta fuera la fiesta por antonomasia, la única, la verdadera, la que nadie debería perderse). Cuánta gente entre ganaderos, veterinarios, gestores de plazas de toros, banderilleros, apoderados, toreros, padres y hermanos de toreros, esposas y ex-esposas de toreros, hijos legítimos e ilegítimos de toreros, tigres en zoos privados de toreros… y seguro que no consigo ver ni la punta del iceberg. Ésta es, en mi opinión, la auténtica razón de la supervivencia de esta «cosa», en una sociedad civilizada como lo es ahora la nuestra.

Y que conste que no soy partidario de prohibir las corridas de toros, porque, en general, no soy muy partidario de prohibir casi nada, dentro de unos límites razonables, claro (aunque, curiosamente, sí que está prohibido el maltrato al resto de animales). Pero sí creo que debería cortarse cualquier tipo de relación entre el Estado y este tipo de celebraciones; desconozco hasta qué punto puedan concederse ayudas o subvenciones, pero, si las hay, córtense. También habría que cortar cualquier asistencia de personalidades públicas a estos eventos, al menos haciendo uso de su cargo (no me gustaría volver a ver a nadie representativo del Estado o cualquiera de sus administraciones, en un palco de una plaza de toros). Esto es el mínimo exigible, claro, porque lo deseable sería que desde las administraciones públicas se pusieran medios para «desincentivar» la asistencia de público (impuestos especiales, limitación de edad real, etc.).

En resumen y por lo que a mi respecta, allá cada cual con su conciencia y su estómago pero: NO con mi dinero, NO con mi beneplácito. Búsquense otro trabajo.

Categorías: sociedad, toros